Senador Economista Sergio Botana – Partido Nacional

Legislador reelecto período 2020 – 2025 | Sergio Botana – Ex Intendente de Cerro Largo

En Wilson está la respuesta.

Botana, en Wilson está la solución. Wilsonismo y Lacallismo

Nuestro gobierno es del lacallismo. Constituyen un nuevo “ismo” en este partido. Nosotros nos quedamos con lo nuestro, que es el wilsonismo.

Falta Wilson. Hace rato que no está. Desde hace 35 años el país es otro y la política es otra. En la pobreza de lo que se produce y en la frialdad de hielo que se trasmite a la gente. Desapareció la pasión. Se marchó la rabia ante el abuso. Y la ironía irónicamente ya no está. No está la inteligencia. Se fue la ocurrencia. La sorpresa inigualable. La fina gracia. La segunda. Hay que explicar hasta las bromas. Nadie atiende ni entiende. Lo peor es que se ha ido una mirada del Uruguay. Un modo de ver la política y una manera de resolver el país. El Uruguay de los uruguayos no es tan uruguayo, y tal vez ni sea de los uruguayos. Se marchó esa mezcla de Estado chico con Estado presente. Esa imposible conjugación tan propia de los blancos. Tan única. Inconcebible en cabezas dogmatizadas. Tan de los libres. Tan de Wilson.

Wilson era el Uruguay de las libertades todas. Las grandes y las pequeñas. El derecho con vigencia en el palacio y en el rancho. El Uruguay de las igualdades iguales para cada uno. El de las oportunidades. La vieja Banda Oriental presente en viejos y permanentes valores. Las viejas raíces nacionales fuertes y vivas conviviendo con una cultura universal respetada y practicada. Nacionalismo sin chauvinismos. El Uruguay del trabajo y de la producción. El de la inteligencia. El de los pesos al servicio de la gente, y no la gente al servicio de los pesos. El Uruguay soberano. El hermano de América que respeta y es respetado. El país descentralizado. Ese pedazo del Uruguay debe volver.

Se viene un tiempo de dificultades en la economía mundial. Veremos estancamiento. Habrá retracción y habrá desempleo. La inflación se atenuará en su componente monetario y se fortalecerá en sus causas vinculadas a los costos. Seguirán mandando las distorsiones provocadas por el conflicto y el desabastecimiento. Parece inexorable. Los países se empeñan en subas de tasas. Muchos gobiernos se dan cuenta y les imploran cambio de rumbo a sus bancos centrales. Las políticas monetarias impávidas. Como para marcar quién es el que manda. Es ahora que se necesita wilsonismo. Se necesita esa rebeldía y ese liderazgo. Ese apego por lo nuestro. Esa sensibilidad con el país de la verdad. Con el Uruguay de siempre y para siempre. Los países del mundo se salvarán con sus recetas. Nosotros nos tenemos que revolver con el recetario que escribió el hombre. En Wilson está la respuesta. Es nuestra luz.

Tiene que haber quien mande. Que marque los límites. Que se rebele ante el abuso. No se puede tolerar que el banco con su instrumento de la tarjeta abuse del comerciante. Que los bancos y las financieras impongan tasas abusivas a comerciantes y particulares. No puede ser que no se reaccione. Ni que la reacción no tenga fuerza. Que se postergue infinitamente la resolución de una cuestión de la que nadie desconoce su perversidad. Mire si él los iba a tolerar.

Que sequía ni sequía. Desde los sesenta andaba estudiando y promoviendo el riego. Por supuesto que no hubiera hecho llover, pero ni comida ni agua hubieran faltado. La Ley de Riego está dentro de los siete proyectos de la CIDE Agropecuaria. Desde ese entonces estuvo explicando la necesidad de las perforaciones, de los tajamares, de las represas, del riego. Las pasturas. Las praderas. La rotación. El pastoreo con alambrado eléctrico. Se llama producción y previsión.

La forestación es de su concepción. No la forestación fenómeno inmobiliario, sino la forestación productiva, y también los bosques de sombra y abrigo. Esa idea que marcó la última política de Estado que tuvo el Uruguay. Todo el país. Cada uno de los ministerios. Cada una de las direcciones de los ministerios. Todas las empresas públicas. Todos apoyando el desarrollo de un sector. Hubo subvenciones y hubo infraestructura. También previsión de límites por lo productivo y por lo ambiental. No siempre han sido respetados. Pero nadie podrá negar el aporte de la forestación al uso de los suelos improductivos. Su contribución a la generación de inversiones. Su aporte a la infraestructura del Uruguay. Su valor agregado y los números de suma a la exportación nacional.

A veces nos olvidamos que es principal protagonista del Inavi (Instituto Nacional de Vitivinicultura). Sabía necesario un instituto rector para el desarrollo de la vitivinicultura. Lo propuso y lo creó. Sin vueltas. Los resultados a la vista. Fue un antes y un después. Lo que hubiera desaparecido, floreció. Mejora de viñedos. Otras uvas. Formación de enólogos. Controles de calidad. Autoexigencias de los propios productores. Prestigio del nombre del Uruguay. Falta él para el nuevo salto.

Era curioso. Su desbordante inteligencia era fuente de inagotable curiosidad. Se rodeaba de inteligentes. De conocedores. Promovía las cabezas abiertas. Admiraba el conocimiento. Promovía la investigación y la inteligencia aplicada. Cuando fue ministro de Ganadería hizo la CIDE. Casi se fue a vivir a Las Brujas. Jornadas enteras en el campo de ensayos en Tarariras. A la vuelta, promotor del INIA (Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria). Me lo imagino reclamando apoyo a los cerebros del país. Buscándole recursos. Promoviendo su participación no sólo cuando las papas queman. Hoy estaría atrás de todo desarrollo de la biotecnología. Atrás de toda investigación con rumbo en las ciencias básicas. Atrás de todo desarrollo de las tecnologías de la información, de las comunicaciones. Le gustaba el Uruguay país líder y le gustaba romper la lógica. Sabía que sólo la inteligencia pone al chico por encima del grande y al débil por encima del fuerte.

Respetaba al mercado pero conocía sus tiempos. Sabía que los ciclos no son iguales para todos. Que hay sectores que demoran años en consolidarse y que la lógica de mercado los puede destrozar en un ratito. El mercado es asignador y distribuidor. Tanto como eso y apenas eso. Sus vaivenes no pueden marcar quién aguanta y quién cae. Wilson hubiera cuidado la lechería y la granja. No las hubiera expuesto al extremo de la desaparición de los tambos, el cierre de las plantas industriales y a que en doce o trece departamentos no se plante una fruta ni una verdura. No hubiera permitido que cuestiones de mercado pongan en riesgo la propia existencia de sectores claves. Para el Uruguay estratégico. Eso no es de antes. No es pasado de moda. Un tambo no son sus máquinas que se instalan y desinstalan en pocos días. Son los aprendizajes, la cultura, los hábitos, genéticas que demoran décadas en desarrollarse. Lo mismo la hortifruticultura que desapareció de nuestros pueblos por cuestiones de funcionamiento de mercado, y por dejadez de los gobernantes.

Era otro modo de ver. Lejos de estos gobiernos neutrales, que generan entornos, pero no se comprometen. Creía en el buen funcionamiento general de la economía, pero creía en la promoción. Para él no era suficiente con crear condiciones para que se desarrollen producciones. Wilson creía que había que ayudar. Primero que nada, cumplir con todas las obligaciones del Estado. Luego, invertir en toda la infraestructura pública imprescindible. Dar la mano en la inversión. Subvencionar. Repito: subvencionar. Subvencionar que no es mala palabra. Subvencionar producción. Subvencionar trabajo. Mucho mejor que subvencionar pobres por no haberles dado oportunidades. Por fin, sistemas de funcionamiento del Estado e impositivos que no impliquen cargas imposibles sobre el trabajo nacional.

Yo sé que tenemos buen gobierno. Con políticas claras. Reglas de juego igualitarias. Sensibilidad que no falta. Valentía para encarar reformas imprescindibles y harto postergadas. Lo que tenemos es bueno y lo defendemos. Queremos una pizca de wilsonismo. Una mano al trabajo que hay que hacer nacer. Un respaldo al trabajo de hoy. Intervenciones jugadas y oportunas. Nuestro gobierno es del lacallismo. El lacallismo tiene el mérito de encabezar las victorias partidarias. De hacer buenos gobiernos. De marcar perfiles nítidos. Constituyen un nuevo “ismo” en este partido, con lo que ello significa. Nosotros nos quedamos con lo nuestro que es el wilsonismo. Con la filosofía que marcó los pasos de mi viejo y mi hermano. Ni mejor ni peor. El nuestro. Tal vez, y sin tal vez, de imprescindible permanencia.

Cuando hizo la Corporación Nacional para el Desarrollo estaba creando la institucionalidad para esas cosas. Para que no se desarmara lo que hay y para que floreciera lo que se siembra. Estaba uniendo los intereses de las finanzas con los de la producción. Estaba desarrollando capacidad de inversión en un país que por su dimensión, no la tiene. Era el Uruguay de la convivencia entre el interés privado y el público. Estaba creando el Banco de Fomento e Inversión del que el país carece. Un adelantado en cada momento del tiempo.

Celoso defensor de la soberanía. Hubiera sido un león oponiéndose a la extranjerización de la tierra que hizo el Frente Amplio. No sé adónde hubiera llegado en términos de frenar la extranjerización de todo el aparato industrial del Uruguay. Eso que se acepta de modo tan natural y tiene tan graves consecuencias para el aparato productivo nacional. En sectores que son tomadores de precios a nivel internacional, los costos de la agroindustria y sus políticas de precios hacia los sectores primarios, determinan márgenes e incluso viabilidades. Dónde se produce, qué se produce, qué calidades y qué cantidades. Determinan si se produce o no se produce. Todo eso en manos de empresas internacionales cuyo único interés es su lucro. Todo eso aceptado pacíficamente sin control ni simulación, ni comparación alguna.

Wilson hubiera estado al lado de Lacalle Pou en cada acto de defensa de la libre determinación de nuestro país. En cada acto de elección de rumbos. En cada valiente desafío a los grandes. En cada serena marcada de rumbo. Hubiera apoyado y hubiera hablado. No quiero pensar la tomadura de pelo que le hubiera hecho “al hermano mayor que nos pretende cuidar”. Cosas de blancos.

Su último legado fue el proyecto de descentralización. Al hígado del centralismo. Mostró cada aspecto de la centralización. Completo. Cada una de sus consecuencias. El gobierno del partido ha hecho poco. Lo hizo en la infraestructura. Creó la Policía Rural. Puso recursos para la descentralización universitaria y poca cosa más. No crecieron los recursos de los departamentos, ni se descentralizaron los ministerios. Se atiende al interior con funcionarios de segunda línea y no se confía en la capacidad de la gente del interior para la tarea de gobierno. Wilson era nacido en Nico Pérez y criado en Melo.

Falta un fiscal de la nación. De ojo atento. Un fiscal de los políticos y un fiscal de fiscales, que bastante hubiera reído de los politizaditos fiscales de hoy. Bastante los hubiera hecho pagar también. De los malos no quedaba ninguno. Pegados ante la opinión pública como lo merece quien hace lo que hacen.

Lo extrañamos en las cosas chicas y en las grandes. Cuando se debe diferenciar entre lo que es pasible de disputa política y lo que hace al profundo interés del Uruguay. Cuando nos podemos separar y cuando quien divide es traidor. Esa sabiduría de los grandes. El criterio de los marcados por el amor a la patria, y por ningún interés menor. Al capaz de postergarse al extremo de no cumplir su sueño jamás. Al que condenaron los egoísmos de los pequeños. Al que sólo respondió con lealtades. Con infinita generosidad. El que sin que se le diera nada lo dejó todo.

Lo andamos necesitando. Los blancos lo precisamos. El Uruguay no puede estar sin él. Imprescindibles aportes los de su carácter y su pensamiento. No es que lo necesiten las próximas elecciones. No es una cuestión electoral. Es cuestión de vida para el Uruguay. Es hoy. Es ahora que hay que hacer las cosas. No me imagino el Uruguay sin un wilsonismo revivenciado a la medida de este nuevo tiempo.

Nota publicada en la columna de Sergio Botana en Montevideo Portal

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